El golpe de Estado más largo. Gonzalo Varela Petito

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El golpe de Estado más largo - Gonzalo Varela Petito

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repugnado someterse a los mandos de tierra. (El cerco de la Ciudad Vieja no había sido solo para apoyar a Bordaberry, sino también para “defender nuestra jurisdicción”, diría años más tarde Zorrilla.) “Muchos lloraron”, resume Mancebo, de dolor o de rabia.112

      En un proceso por difamación llevado a cabo en 2008, en que declararon varios marinos activos en febrero de 1973, se estimó que no más de treinta o cuarenta oficiales de la Armada, menos de 10% del total, se habrían plegado a la sublevación. No podría explicarse el predominio de este número si no fuera por el respaldo del Ejército y la Fuerza Aérea, junto con la claudicación de Bordaberry y la actitud de los partidos que llevaron a Zorrilla a renunciar. Sin descontar que en la Marina se diera también el fenómeno de neutralidad expectante que refiere el general Alberto Ballestrino para un número de oficiales del Ejército, que esperaron a que se decantaran los hechos antes de definirse; y también, que como dijera Zorrilla, “algunos oficiales navales […] se me deslumbraban” con los comunicados 4 y 7.113

      Cuando un mes después se organizó un homenaje al contralmirante en el Club Naval con motivo de su alejamiento, se recibieron más de 400 adhesiones de oficiales del arma (sobre un total de 500).114 Junto con él renunciaron otros jefes como el prefecto naval Lázaro Pinko115 y en lo sucesivo habría sofocación de disidencias, al igual que en las otras armas. Es de suponer que apuntalaron la incorporación de la Armada al bautizado Proceso Revolucionario castrense, tanto los relevos, retiros, persecuciones y purgas como la disciplina, y el hecho de que se respetara la oferta de que cada fuerza se mantuviera autónoma en su ámbito de acción profesional. (Lo que al Ejército no le venía mal, pues dejaba bajo su control casi toda la superficie terrestre y su población.) No lo menor, aunque con restricciones, la integración al —luego simplemente llamado— Proceso, le permitiría a la fuerza compartir las mieses del poder y la derrama económica que las ff. aa. recibirían durante la dictadura.

      Desmintiendo los buenos auspicios, durante el domingo 11 se sucedieron nuevos trajines de los mediadores y entre las 22:10 y las 22:50 horas, tras un mitin ampliado de mandos, los tres comandantes en jefe (incluido el flamante Olazábal) junto con Cristi y Álvarez, concurrieron a Suárez. Del círculo de parientes y allegados al presidente que hacían vigilia en la casona surgió la versión de que este tenía de nuevo plazo hasta las 22:00 horas para renunciar, de no firmar los compromisos que le pedían. Pero fue desmentida por la Presidencia y los militares. Bordaberry en ningún caso dimitiría. Entre otras discrepancias (o “error de interpretación”) con lo tratado el día anterior, las ff. aa. rechazaban como intento de censura la exigencia —privativa de la autoridad civil— de que no se emitieran sin conocimiento del Ejecutivo comunicados castrenses. El mandatario tuvo que abocarse, asistido por Balparda y Blanco (los negociadores que habían creído terminada su misión) además de Medero y del subsecretario de Ganadería Gustavo San Martín, a redactar otras bases de acuerdo. Transcurrida la medianoche José María Robaina Ansó, renunciante de la cartera de Educación, suscitó esperanzas. Horas antes se había oficiado en la residencia una misa católica, “a la que asistieron los familiares más allegados al Presidente […] [junto con] miembros del Reeleccionismo y de Unidad y Reforma”. La crisis había unido en una ceremonia religiosa a la devota familia Bordaberry con descendientes del jacobinismo uruguayo.116 117

      También a medianoche del 11 el presidente se asomó a saludar al público que lo vivaba más allá de las rejas de la residencia, sumando a esa hora, decía El Día, unas dos mil personas vigiladas por la Guardia Metropolitana. (El interior estaba resguardado por efectivos de la Casa Militar.) Suscita dudas esta cantidad que Acción catalogó de “muchedumbre” y El País sumó en “un millar”, sin perjuicio de que el número pudiera variar dependiendo del día y la hora y presumiblemente fuera mayor la primera noche. Aparte de las idas y venidas de ministros renunciantes y otras personalidades, la numerosa parentela de Bordaberry se había hecho presente e intentaba “cadenas telefónicas” para atraer simpatizantes entre sus conocidos. Pero los invitados —de las zonas de Carrasco y Punta Gorda y extracción social probablemente distinta de la que tenían los espontáneos de Plaza Independencia— parecían preferir la playa, se quejaba una de las convocantes. Según los medios frenteamplistas, en algunos momentos los periodistas superaban a curiosos y partidarios que oscilaban entre cien y doscientos. Las fotos de diarios de diversa orientación política coinciden en mostrar un limitado público. Ello no impidió que algunos adherentes tomaran valor y la emprendieran a puntapiés con un vehículo de la escolta castrense, de los mandos que acudían a negociar. El lunes 12 fracasó la Juventud Uruguaya de Pie (jup, organización patrocinada por Gari) que con volantes y mensaje radial urgía venir a Suárez. A las 14:00 horas de la canícula no se reunían ni quince personas. El domingo anterior, una mujer que había intentado mover a los presentes a una manifestación, le dio gozo a un fotógrafo izquierdista que la retrató sola caminando en mitad de la calle. Otra, con experiencia en movilizaciones de la jup criticaría: “Lo que aquí falta es que se pongan puestos de cosas para comer. Aquí no tienen experiencia”. Pero el ambiente no se prestaba a un ágape populista: más adelante, en uno de sus enojos con Bordaberry, Ferreira diría que “el día que pidió que lo fueran a ayudar, juntó a 20 o 25 niñas de organdí en la vereda de enfrente”.118

      Para el frentista Última Hora, la máxima concurrencia de unas quinientas personas se habría registrado la noche del domingo 11 de febrero. “Llegaban en automóvil”, dice el periódico, que publicó en contraportada la conocida foto en la que el mayor Gavazzo —años después famoso por sus delitos contra los derechos humanos— aparece entre señoras maduras que gesticulan apoyo al gobierno.119

      La escasa concurrencia reflejaba el distanciamiento del presidente con los partidos y la clase política. Entre los blancos Ferreira se había apartado al rechazarse su propuesta. Narraría que el domingo 11 se había llamado a los nacionalistas para que acudieran a la residencia presidencial de la Avenida Suárez, pero ya era tarde y no deseaban participar “en los finales de una ópera dramática”. En la convención nacionalista de mayo añadiría que

      Cuando la crisis de febrero, hubo algunos buenos ciudadanos, que creyeron que el deber del Partido era ponerse a la cabeza de un movimiento de defensa de la normalidad constitucional. ¡Y claro era verdad! […] Pero […] a la gente no se la lleva a donde se la quiere llevar. […] Es imposible nutrir grandes cruzadas populares únicamente con abstracciones.

      Por su parte los acuerdistas veían desvanecerse las expectativas de acceder a la dirección de los entes a causa del veto militar, lo que traería consecuencias hasta junio en las relaciones entre gobierno y Parlamento, donde el mandatario tenía una hipotética mayoría. El general retirado Oscar M. Aguerrondo desmintió que hubiera solicitado ver a Bordaberry y profirió la ambigua frase: “no tengo ninguna opinión ni quiero expresarla tampoco”. Más que a sus partidarios herreristas de los que estaba alejado, se debía sentimentalmente a los alzados, entre quienes contaba con fuertes simpatizantes.120

      Para el día 12 Jorge Batlle se había esfumado informaba El Popular —que le seguía los pasos a su adversario— pero es de recordar que estaba sometido a justicia militar y su situación se volvía más incierta. Su desaparición no fue inmediata: una foto del día 9 lo muestra departiendo con el historiador Pivel Devoto “a pocos metros de la línea de barricadas [de la Marina]: a la espera de que se levantara el bloqueo” que le permitiría acceder a las oficinas de Acción. El capitán de navío institucionalista (colorado) José Bello, ha dicho que fue de los pocos políticos ubicables en esos días.121

      Se esparció la noticia de que dirigentes reeleccionistas y quincistas le pedían el domingo 11 a Bordaberry que dimitiera, reforzada luego de que Sanguinetti visitara el lunes 12 la residencia de Suárez.122 Ahora resumió:

      se trasuntó ayer [lunes] en el vespertino “Acción” que “el Presidente recibió al diputado doctor Julio María Sanguinetti, quien le formuló un planteo político

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